jueves, 16 de febrero de 2012

Ye’kuana Gente de curiara


Míticos navegantes
Sin mayores posesiones que aquellas contenidas en una curiara, los ye’kuanas, conocidos en la literatura etnográfica como makiritare, rápidos como la brisa que golpea sus cuerpos desnudos, atraviesan raudales tocando imperceptiblemente el agua de las corrientes más temibles sin que ningún obstáculo pueda retenerlos.
Es fascinante observar sus imágenes casi detenidas sobre la húmeda polifonía de las corrientes acuáticas que, como hilos resonantes, se deslizan por entre peñascales, relieves escarpados o extensas masas arborescentes. Sus miradas traspasan como una ráfaga de luz la espesura neblinosa de las aguas durante las madrugadas frías que impregnan el ambiente de funestos presagios. Sus mitos, fórmulas mágicas mil veces repetidas, presentes en los cantos y en los cálidos relatos de los ancianos, tienen esa maravillosa posibilidad de transmutar la realidad, para mostrarnos un universo abierto al vuelo extático que trasciende los más insólitos espacios.
Allí en donde la magia permite al hombre ser jaguar o pájaro, remontar espacios interestelares que lo comuniquen con el cielo supremo de Wanadi o bajar a las moradas secretas de los terribles espíritus mawari, las acciones de la vida cotidiana se funden al imaginario como la poesía que explica la armonía de los mundos.
En su universo, decir ye’kuana es decir gente de curiara, y aunque la etimología no sea totalmente exacta, su autodenominación proviene de ye: madera, cu: agua y ana: gente1. Los ye’kuana hablan una lengua particular que forma parte de la familia lingüística caribe.
Los ye'kuana han extendido su territorio como consecuencia de su cualidad extraordinaria de navegantes y constructores de embarcaciones. Se agrupan en las márgenes y afluentes de los ríos Padamo, Ventuari, Paragua, Caura, Uraricuera, Uesete, Cunucunuma, Yatiti, Cuntinamo y Erebato, dentro de un área aproximada de 30 mil km2, en un ámbito de lo que se conoce políticamente como estado Amazonas y estado Bolívar2.
La Conquista fue para ellos un acontecimiento tardío que data de la segunda mitad del siglo XVIII. La expedición de Solano entró en contacto con los ye’kuanas del alto Orinoco entre 1756 y 1761, Apolinar Díez de la Fuente en 1760 y Francisco Fernández de Bobadilla en 1764. Los encontraron en las inmediaciones del río Padamo. Desde el siglo XVIII hasta principios del siglo XIX, los ye’kuana estuvieron a cargo de la Misión de los Observantes3, quienes ayudaron a establecer una cadena de puestos españoles desde la estación de La Esmeralda hasta el Erebato, la cual fue destruida en 1776 por los mismos indígenas como consecuencia de la represión de la que fueron objeto.
Posteriormente, en 1838, Robert Schomburgk atravesó este territorio desde el Merevari hasta el alto Orinoco; Chaffanjon y Eugène André visitaron la región del alto Caura a finales del siglo pasado.
La subsistencia y sus metáforas
Toda aldea ye’kuana posee en sus inmediaciones un puerto fluvial y una serie de caminos y senderos que se adentran en la selva. Algunos conducen a los conucos; otros recorren pequeños caños y zonas de cacería que los acercan a los lugares en donde consiguen los principales medios de subsistencia.
En su relación con el mundo natural, incluso en aquellos aspectos de naturaleza económica referidos a las formas más elementales de subsistencia, hay mediaciones simbólicas. Los lugares en donde habitan y los alimentos que consumen forman parte de un complejo sistema de creencias. En cada paraje de la selva suceden eventos que relacionan a los ye’kuana con espíritus del mundo natural, algunos de ellos pacíficos y benevolentes, otros eminentemente peligrosos.
Aunque siembran maíz, plátanos, cambures y piñas, la yuca amarga es el principal producto. Esta planta alimenticia tiene la ventaja de ser cultivo de alto rendimiento. Con ella se prepara una variedad de alimentos de gran importancia para la dieta, tales como el cazabe, el mañoco, la yucuta, el yaraque, el cumache y el yare4.
Los ancianos determinan los espacios favorables para la agricultura, caza y pesca, en particular aquellos lugares que no despiertan el espíritu trágico de Kanaima, el cual propicia fiebres misteriosas que castigan con su saldo de muerte los poblados ye’kuana.
La caza y la pesca son actividades de importancia para la subsistencia ye’kuana. Ésta se expresa en una serie de metáforas y máximas cuyo sentido está referido a tales actividades. La cacería se realiza fundamentalmente con cerbatanas. Los ye’kuana son diestros en su uso y confección y las fabrican con tallos de bambú de gran extensión. Los dardos se manufacturan con el nervio de la palma bacaba o con astillas de bambú. El carcaj, de aproximadamente 65 cm de largo, se confecciona con un pedazo de la vaina de la hoja de la palmera paschiuba, doblada y cosida con un cordón de fibra. Esta envoltura se fija a un pedazo de bambú dentro del cual se colocan los pequeños dardos. También usan escopetas compradas a los criollos.
Con las cerbatanas se caza el paují, el piapoco, la garza, la gallineta, el gavilán y otras aves. De ellas aprovechan la carne y las plumas. Otros animales de cacería son la danta, la lapa, el báquiro, el mono araguato y el capuchino, el chigüire, el picure, además de reptiles como el caimán, la iguana, la baba y algunos quelonios como la tortuga y el morrocoy. El único animal doméstico adoptado de los criollos es el perro. Utilizado en la cacería, su entrenamiento constituye una verdadera ceremonia de iniciación a base de ají, humo y hormigas bravas.
La pesca es una actividad colectiva. Sus técnicas van desde el envenenamiento del agua con barbasco, hasta el uso del arco, flecha y cerbatana. Con frecuencia usan trampas y nasas, además de anzuelos, arpones y redes enmangadas.
La recolección incluye frutos, tallos y fibras de diversas palmeras, como el seje, el moriche, el cucurito, la coroba, el pijiguao, usados como materias primas en la ejecución de muchos objetos de cultura material. Recolectan miel de abejas y algunos insectos cuyas larvas consumen crudas o cocidas.
El trabajo se realiza obedeciendo a una división sexual de las tareas. Asignan las prácticas rituales y todo lo que concierne a lo sagrado a los hombres, además de la caza, la pesca y limpieza de los terrenos. A ellos corresponde también la construcción de curiaras, viviendas, objetos ceremoniales y cestería.
La fuerza de trabajo de la mujer desempeña un importante papel económico y simbólico. Su labor incesante se dedica a la siembra y otras tareas que permiten mantener los conucos en producción, lo cual se relaciona simbólicamente con la fertilidad. A las mujeres corresponde el acarreo de grandes y pesados cestos en donde se colocan los productos de la recolección y cosecha de los conucos. Las actividades femeninas incluyen la interacción masculina en labores que demandan mayor esfuerzo físico.
Para el ye’kuana el trabajo no es algo penoso; se trata de una actividad comunitaria en la cual cada individuo reafirma su personalidad y desarrolla sus cualidades, iniciativas e invenciones.
Estética de lo utilitario
La cultura ye’kuana pareciera compartir aspectos básicos con otras etnias que habitan la región. Sin embargo, posee muchos rasgos distintivos en lo que respecta a lengua, cultura material, pensamiento mágico-religioso, símbolos visuales y vida estética, entre otros.
Sus comunidades, compuestas por varias familias extensas, no acostumbran a vivir en aldeas densamente pobladas. Las casas comunales o ette son enormes; de lejos parecen grandes cestas cubiertas de hojas trenzadas de palma. Se levantan sobre un claro de la selva entre troncos esbeltos que despliegan todo su follaje en la cima para crear de esta forma una penumbra vegetal. El interior del ette es un mundo de espacios infinitos, indescriptibles. Una trama de hilos invisibles separa los clanes familiares y divide el mundo en territorios que unen lo sagrado y lo profano.
Construir el ette no es un hecho puramente arquitectónico: es celebrar la aparición del árbol de la vida, es repetir la acción creadora de Wanadi; construir es una experiencia sagrada. En este rito comunitario, cada día menos practicado, los ye’kuana despliegan en medio del trabajo toda la riqueza de sus cantos, mientras se escucha el sonido de las flautas, trompetas de caracol, clarinetes, pitos y tambores, y se reparte sin cesar comida y bebida fermentada.
El grupo local ocupa una sola vivienda. Dentro de ella cada familia posee un lugar fijo. El ette agrupa entre 20 y 70 personas. El techo cónico se eleva sobre tres postes centrales de los cuales el del centro es el más fuerte. Por su tamaño, entre 16 y 18 metros de altura, sobresale por encima de la punta del techo. Doce postes más pequeños, dispuestos en círculo alrededor de los centrales, se unen entre sí por varias varas atravesadas o vigas que soportan la armazón del techo formado por varios aros5.
Los techos cónicos se revisten con las hojas alambicadas del moriche y del cucurito trenzadas entre sí con una urdimbre de lianas paralelas. La pared circular del ette es una trama de largas pértigas a la cual se sobreponen capas sucesivas de palma. A veces las paredes son hechas con cortezas unidas por gruesas lianas, las cuales forman tabiques decorados con pinturas que reproducen escenas de cacería, pesca y baile.
El horcón central sobre el que se apoya la estructura del ette simboliza el pilar mítico que sostiene la estructura celeste ye’kuana. Se fabrica con el árbol sagrado dahaaka. Como el árbol del mundo, el horcón central se “siembra” dentro de un orificio-ombligo. Allí los chamanes solían depositar ramilletes hechos con la planta sagrada de la yuca amarga, primer árbol de la vida.
La erección del poste central constituye un momento singular en el que los ancianos sentados en sus bancos rituales entonan el canto chamánico que narra el rapto de esta planta. Para esta ceremonia las mujeres se pintan el cuerpo con trazos de líneas quebradas que simulan los peldaños del horcón originario, por donde el mono mítico robó del cielo la yuca amarga.
Tradicionalmente, el espacio central del ette comunicaba directamente con una puerta colocada hacia la salida del sol, sobre la que se proyectaban los primeros fulgores del amanecer. Cada nuevo día era un triunfo de la deidad solar. Esta ceremonia que ahora sólo vive en el recuerdo de los ancianos se acompañaba con danzas y la extraña melodía de las trompetas sagradas que saludaban cada amanecer.
Según la creencia, los espacios del ette profundamente relacionados con las zonas celestes comunican la tierra con el mundo superior. Construir es reproducir, de forma simbólica, la gran morada cósmica, conforme con las normas dictadas por Wanadi desde los orígenes del mundo. El espacio real y el simbólico del ette son uno solo. Los troncos laterales forman el gran círculo que sostiene la estructura del techo y se llaman shidityeene; delimitan el recinto varonil. El horcón horizontal, que soporta el techo y mantiene unidas las vigas centrales de la casa, se llama addoemme-do’tadi. Esta analogía está de acuerdo con la compleja trabazón de la bóveda celeste ye’kuana6.
La disposición interior de la casa pone de manifiesto la eficacia de una serie de signos instituidos culturalmente. Cerca de la pared se ubican los fogones y los espacios familiares, que forman un corredor circular, el cual se desplaza en torno a un centro separado por un tabique hecho con corteza de árbol. El recinto central constituye un espacio simbólico que está fuera del tiempo y del espacio. Allí se efectúan acciones rituales, mágicas y curativas. Este recinto reservado a los varones, en el que se desarrollan las comidas comunales, se utiliza también como dormitorio de solteros y huéspedes especiales.
El lugar se ilumina por medio de una ventana abierta en el techo cónico con dirección al sol. En las noches de lluvia la ventana se cierra para evitar la entrada de espíritus hostiles7. En este ambiente íntimo, los fogones esparcen los olores peculiares de comida rancia, los perros ladran, los niños lloriquean, un chamán canta su vigilia, mientras alguna anciana insomne aviva el fuego, cuyo humo desaparece por entre la criba de las hojas del techo y deja sobre él su densa capa de hollín.
Los ye’kuana construyen otro tipo de vivienda de planta rectangular llamada homakari8, cuyos techos de dos vertientes rematan en cada extremo con una saliente cónica, lo que da a estas casas una apariencia oblonga. El homakari puede sustituir al ette como casa comunal o usarse como lugar de reunión, trabajo o descanso de los varones. A veces allí se colocan los budares para realizar las tareas finales de confección del cazabe y del mañoco.
Es difícil deslindar las sutiles relaciones que imbrican lo sagrado y lo profano. La vida estética, unida a una experiencia del mundo altamente ritualizada, se adentra en cada plano de la existencia. Las formas simbólicas someten al cuerpo, acompañan las comidas y bebidas, penetran el mundo de los objetos9 y utensilios, se evidencian en su lengua, en la percepción de los sonidos de la naturaleza, en los cantos shamánicos, en la ejecución musical, incluso en la muerte.
La vida estética comienza por las modificaciones del cuerpo, que se transforma de acuerdo con los gustos y preferencias tradicionales. Hasta hace poco, y cada vez menos, los miembros de ambos sexos de los ye’kuana cortaban su espesa cabellera de igual manera. Las cejas, pestañas, axilas, vello púbico y barba eran arrancados o afeitados con tijeras de bambú. Los lóbulos de las orejas se perforaban para el uso de pendientes decorativos hechos con mostacilla y metal, o para colocar en sus orificios orejeras hechas con plumas de colores y bambú. Los labios se perforaban con adornos de espiga y plumas. Hombres y mujeres se amarraban ajorcas de mostacillas blancas, cintas tejidas con cabello humano o fibras naturales, alrededor de las muñecas, tobillos y pantorrillas. Los collares, gruesos cordones de cuentas de colores rojo, azul oscuro y negro, cruzaban el pecho.
Los diseños sobre el cuerpo, de extraordinaria riqueza formal, reproducían líneas paralelas de signos geométricos. Para esta minuciosa tarea acostumbraban deslizar rodillos y sellos de madera sobre la piel o usaban “pinceles” hechos con diminutos palos de caña humedecidos en onoto y otras sustancias colorantes10.
En esta constelación de amuletos, talismanes y abalorios, una talla en madera, en forma de murciélago, de la que cuelgan tucanes disecados, adquiere gran significación. Este adorno, de uso festivo, pende sobre la espalda acompañado de un collar de dientes de báquiro ensartados en hilos de algodón, los cuales terminan en la colorida algarabía festiva de plumas multicolores.
Los ye’kuana tejen guayucos con hilos de algodón y cuentas de mostacillas de cristal llamados muáho11, preferentemente de colores azul, blanco y rojo, usando telares rudimentarios que tienen forma de arco. Sobre una sencilla estructura de madera tejen chinchorros y fajas para cargar a los niños.
La diversidad de los tejidos en fibras vegetales alcanza su mayor expresión técnica, estética y simbólica en la confección de cestas12, actividad de gran importancia en el contexto sociocultural ye’kuana. Mientras que el hilado y la textilería son tareas femeninas, el tejido de cestas, salvo las wuwas, es una actividad masculina.
La excelencia de las técnicas utilizadas en la cestería tiende a decaer en grupos altamente aculturados. El proceso de aprendizaje es informal. Los niños observan a sus padres que tejen en el centro del ette. Primero aprenden a reconocer las materias primas y a preparar las pinturas; luego tejen las primeras cestas, a manera de juego, bajo la supervisión atenta de algún adulto. Las técnicas, tipos de cestas y diseños que requieren de cierta experiencia, se van aprendiendo en el curso de la vida.
Las fibras utilizadas se encuentran en las zonas aledañas a los poblados. Cada fibra se corresponde con el uso de la cesta producida. Por ejemplo, para la fabricación de un sebucán se utilizan fibras suficientemente fuertes como para soportar la tensión y el peso de la pulpa de la yuca amarga. Las fibras más usuales son raíces aéreas, bejucos, tallos de palma de diversas especies y bambú, de cuya corteza interior se obtienen tiras que se cortan, alisan y entretejen.
Muchas de las cestas producidas son utilizadas en la recolección, acarreo, exprimido, colado, conservación y otras labores relacionadas con el procesamiento y consumo de la yuca amarga, alimento central de la dieta ye’kuana. Por tal razón, es mayor el uso y fabricación de mapires, catumares, sebucanes, manares, petacas y abanicos. Otras cestas sirven para guardar objetos durante los viajes o como trampas de pesca.
La guapa es un tipo de cesta de gran riqueza decorativa. Se caracteriza por la complejidad de sus diseños geométricos, que se organizan, igual que la estructura del ette, desde el centro hacia los bordes. La gran variedad de motivos de las guapas varía de acuerdo con la habilidad de los tejedores. Los diseños de naturaleza simbólica están vinculados a personajes míticos. Tal es el caso de la culebra de agua o anaconda, el mono, el picure, el báquiro y las ranas, animales de carácter sagrado que aparecen en los mitos de la Creación.
Algunos animales mitológicos como el jaguar, el mono y la tortuga, se representan en forma figurativa. Sin embargo, es frecuente la abstracción de formas naturales mediante “mosaicos”, y extrañas geometrías que representan los atributos que caracterizan a ciertos animales. Los diseños zoomorfos y antropomorfos de las guapas se han convencionalizado como consecuencia de la técnica textil, lo que confiere a las formas, figurativas o abstractas, un particular carácter geométrico. El centro de la guapa constituye un espacio decorativo por excelencia. En éste se tejen los motivos figurativos o abstractos que dan nombre a cada cesta13.
Estos motivos se enmarcan con diseños geométricos lineales periféricos de extraordinaria complejidad. Tanto los motivos centrales como los periféricos poseen significado en el contexto mitológico. Esto se evidencia en el uso de formas abstractas que se vienen repitiendo durante cientos de años en las inmediaciones del río Padamo. El color en la guapa es igualmente simbólico, y yuxtapone el rojo y el negro combinados con los tonos de la fibra natural. Esto crea un efecto de cierto cinetismo policromo. De acuerdo con Henry Corradini, entre las cualidades estéticas de la cestería ye’kuana se destacan la claridad y equilibrio de sus composiciones, y la simplicidad y precisión en el tratamiento de los motivos. Esto contribuye al proceso de sintetización de lo visible. Según este autor, el nítido ordenamiento de la composición, además de despertar un sentimiento de calma y reposo, nos revela que estos tejedores gozan de gran estabilidad emocional y de perfecto dominio de sí mismos14.
El comercio de cestería entre los ye’kuana data de finales del siglo XVIII y ha continuado hasta el presente. Anteriormente la venta de cestas se hacía a través de las misiones del alto Orinoco y de Santa María del Erebato. Actualmente ellos mismos las distribuyen en otras ciudades del país. El tejido de cestas de excelente calidad estética hechas con fibras de mamure se ha incrementado entre las mujeres ye’kuana, quienes han encontrado en esta nueva fórmula de artesanía comercial una importante fuente de ingresos económicos
Otro utensilio vinculado al procesamiento de la yuca amarga es la tabla de rallar. Su minuciosa técnica de fabricación se inicia con la preparación de la madera, a la que se le van incrustando minúsculas y agudas astillas de piedra, las cuales se fijan a la tabla con una resina negra llamada peramán. La disposición de las diminutas piedras va creando diseños geométricos de extraordinaria sutileza, que se insertan y se continúan con dibujos en negro y rojo ejecutados en los extremos de la tabla. Los ralladores ye’kuana constituyeron en el pasado un producto de gran distribución comercial en toda la región. Actualmente, una fabricación más rudimentaria ha sustituido las pequeñas astillas de piedras por triangulitos de hojalata.
Entre los objetos de uso cotidiano de los ye’kuana es frecuente encontrar gran variedad de recipientes hechos con calabazas, los cuales se utilizan para conservar y tomar líquidos. Las calabazas suelen pintarse interiormente con peramán y otras materias vegetales que les dan un acabado brillante y las hace impermeables.
La alfarería fue entre los yen'kuanas un trabajo masculino de larga tradición. Actualmente ha desaparecido debido al uso cada vez mayor de ollas y recipientes de aluminio. Antiguamente, los alfareros modelaban el fondo de sus vasijas en arcilla. Con la palma de la mano hacían largas cintas que colocaban una sobre otra en forma de espiral. Las superficies de las ollas se alisaban con utensilios rudimentarios hechos con un trozo de tapara. Las vasijas se dejaban secar a la sombra y cerca del fogón, colocándolas sobre una cesta volteada y cubiertas con hojas de plátano. La quema se realizaba a fuego abierto, en una pira hecha con palos y hojas que producían un humo espeso. De vez en cuando las manchas de humo se limpiaban con hojas verdes, y con una resina producían una suerte de “vidriado” que las hacía impermeables.
La etimología ye’kuana nos señala que éste es un pueblo de navegantes y constructores de embarcaciones. Las curiaras están hechas con el tronco de un solo árbol. En su territorio, particularmente en los bosques de los ríos Padamo y Paragua, abundan árboles gigantescos que son útiles para la fabricación de este tipo de embarcaciones.
Para construirlas tumban grandes árboles cuyo interior se vacía hasta obtener la forma oval característica. La superficie exterior de la curiara se desbasta con hachas y machetes de metal, hasta que el casco queda completamente liso y de grosor uniforme.
El espacio interior de la curiara se ensancha utilizando fuego. Poco a poco, en un proceso lento y minucioso, se van quemando pequeños tramos. A medida que el fuego va abriendo los espacios, se insertan travesaños para evitar que la madera se encoja al enfriarse. Luego se colocan las tablas que servirán de asientos. Terminando este proceso, la curiara estará lista para la navegación fluvial15. Los canaletes que propulsan las curiaras por ríos y caños tienen forma acorazonada; se tallan en maderas duras y se decoran con diseños pintados en colores rojo y negro.
Cuando las curiaras son desechadas como embarcaciones, se usan para conservar la pulpa de la yuca recién rallada, lavar ropa o almacenar bebidas fermentadas, que se consumen en fiestas y ceremonias rituales.
Devenir chamán
Los maestros fabricantes de curiaras, quienes en la edad adulta se dedican a la cestería, si además se destacan como buenos cazadores, adquieren prestigio social dentro del grupo. Los ye’kuana tienen un alto sentido de la autoridad y la respetan. La cohesión social se afirma en las personalidades más fuertes, lo cual contribuye a consolidar la vida comunitaria.
El jefe es por lo general un hombre de personalidad recia, cuya función es velar por la unidad de su comunidad. Él constituye la principal autoridad civil y ejecuta las resoluciones acordadas de manera colectiva por el consejo de “hombres sabios”, instancia que se reúne para tomar decisiones de importancia. El derecho a la palabra pasa de manera sucesiva a cada uno de los asistentes, sin límite de tiempo y sin interrupciones, por lo que estas sesiones pueden durar noches enteras sin que, por lo general, se produzcan discusiones ni violencia16.
El chamán o huuway es la principal autoridad religiosa; se trata de un “elegido”. Sólo él tiene acceso a las regiones sagradas. El huuway es un hombre extremadamente sensitivo. Su oficio le obliga a tener una vida y comportamiento especial. Vive solo, separado por el halo invisible que le confiere su sabiduría y relación con lo absoluto. Su grandeza de alma, dulzura y mansedumbre son inmutables en la tarea de asegurar la energía vital y el cuidado del alma de cada ye’kuana, pues él es el único que conoce el complicado laberinto interior de cada cosa y cada ser.
Los huuway descienden de Medaatya, primer chamán a quien Wanadi, el Creador, entregó los atributos del saber ye’kuana. A Medaatya le sucedieron grandes chamanes que no conocieron el hierro. Su único instrumento de trabajo eran las hachas de piedra prehispánicas. El contacto entre los ye’kuana y los “hombres de hierro” fue terrible. El comercio de escopetas hizo de muchos chamanes hombres orgullosos que segaron vidas de sus hermanos de raza. Así apareció kanaima17, una perversa generación de chamanes que se alimentaba con la sangre de sus víctimas. Éstos, transformados en jaguares de largas y aceradas garras, acosaban a los ye’kuana que andaban solitarios en medio de la noche.
Cada viejo huuway elige e instruye al nuevo candidato en el oficio de chamán, le enseña sus técnicas arcaicas, su saber ancestral y el uso de la lengua secreta. El joven huuway posee condiciones personales para ser iniciado: debe ser creativo en el canto, tener sueños proféticos y frecuentar poco el grupo masculino.
El chamanismo ye’kuana18 recorre senderos imprevistos. El canto en lengua antigua y el vuelo chamánico definen la aceptación del candidato a nuevo huuway. La lengua secreta activa un conocimiento, organiza la naturaleza y la cultura en una forma de saber que se reconstruye cada día. Es posible que la lengua secreta retome elementos del caribe antiguo, introduciendo onomatopeyas que reproducen el canto de las aves shamánicas.
La demostración del conocimiento de la lengua secreta por parte del iniciado ocurre en una festividad religiosa llamada “orgía sagrada” 19, en la que el nuevo chamán deberá morir simbólicamente. Esta ceremonia nocturna se realiza en el círculo central del ette, zona sagrada, y alrededor de los maestros sentados en sus bancos de madera.
En la preparación del vuelo extático, el iniciado cubre su cuerpo con dibujos hechos con resina vegetal mezclada con onoto. Sobre cada línea se adhieren los plumones blancos de los pájaros sagrados. En el proceso iniciático, durante la muerte simbólica, el nuevo chamán experimentará su primer vuelo a los ocho cielos que conforman la estructura celeste ye’kuana. Al despertar, narrará los detalles y estará en posesión definitiva de los elementos de poder.
La muerte simbólica está asociada a la ingestión del jugo de las plantas sagradas: el ayuuky (rojo) y el kaahi (azul), cuyos efectos narcóticos producen visiones extraordinariamente vívidas20. El mito señala que en tiempos de Medaatya, el chamán recorría en cuerpo y alma los ocho cielos ye’kuana. En esa época, los chamanes volaban sentados sobre sus bancos; así traspasaban el techo cónico de la casa y desaparecían para siempre. El pueblo ye’kuana sufría mucho la desaparición de los chamanes: entonces, Wanadi, el Creador, permitió el vuelo como es hoy, sólo del alma —akaato—, para asegurar su regreso al cuerpo21.
Existen grandes peligros para todo aquel que intente remontar, sin experiencia, el vuelo extático, pues hay zonas en las que tijeras gigantescas se abren y cierran constantemente destrozando a los pesados y torpes. En otra región una mujer desnuda, seductora, de deslumbrante belleza, se ofrece al aspirante. Cuando el iniciado no resiste, sucumbe al abrazo mortal de Mareenawa, la siempre virgen22.
Si logra atravesar estos obstáculos, el nuevo huuway obtendrá la concentración, el soplo curativo, facultades médicas para tocar la maraca sagrada, el uso de las plantas mágicas, el baño regenerador en el lago de la inmortalidad, el canto del o-ho-ho-hoo, kuaa-ya-da-maa, huoo-huo-huooo, de las aves sagradas, en síntesis, los rituales adecuados para la adquisición de la plenitud y la energía vital. Todo esto le será otorgado directamente por Wanadi en la forma de los divinos widiiki, cristales cósmicos, símbolos supremos de poder.
El nuevo huuway deberá confeccionar sus instrumentos: el banco chamánico tallado en madera dura cuya elipse cóncava toma la forma del jaguar; el bastón sonajero, arma sagrada utilizada para encabezar ceremonias y bailes, el cual es decorado con su característica empuñadura tejida en fibras, adornada con plumas multicolores y sonajas hechas de pequeñas campanillas que producen un leve sonido al chocar. La maraca sagrada, otro objeto del poder chamánico, tiene en el puño dos curiosas figuras de hombre en actitud concentrada: las palmas de las manos en la cabeza, los codos apoyados sobre las rodillas y los ojos escrutadores perdidos en la lejanía. Estas maracas encierran los widiiki y algunas raíces de plantas mágicas. El extremo superior debe tener las plumas rojas y blancas que simbolizan el copete del pájaro carpintero real —ave solar—, símbolo supremo de Wanadi relacionado míticamente con la muerte y resurrección del único hijo de Wanadi. Todo ye’kuana sabe que cuando el chamán esgrime la maraca con los atributos del carpintero real, se revive un mito que alude a la recuperación y hallazgo de la energía vital perdida23.
La maraca chamánica no es sólo un instrumento musical. Ella está relacionada simbólicamente con la enfermedad y su cura. La enfermedad tiene para los ye’kuana un origen espiritual, consecuencia de venganzas, brujería, infracción de reglas sociales, violación de la estricta jerarquía de la energía vital y rapto de almas. A cada enfermedad corresponde un tratamiento que permite expulsar la carga patógena. El huuway debe detectar la causa de la acción destructora en el enfermo, enfrentarla como un guerrero, y vencer. En las enfermedades causadas por ruptura o violación de prescripciones o prohibiciones morales, el chamán exige la confesión del enfermo. Una ofrenda propiciatoria hecha al propio chamán restablece el equilibrio y la salud perdida. Si la enfermedad implica el rapto del alma del enfermo, el chamán averiguará su paradero y saldrá a capturar el alma prisionera24.
Las estaciones del cosmos
El pilar mítico que sostiene toda la estructura del cosmos ye’kuana es sólo visible a los chamanes. Dicho pilar se levanta por encima del cerro sagrado Kushma-Kari del sistema Duida-Marawaka, ubicado en el estado Amazonas, para ellos centro del mundo, lugar privilegiado que une sus ocho zonas celestes con la Tierra.
Según la estructura cósmica ye’kuana25, el primer cielo está poblado por una muchedumbre de chamanes, quienes, entonando su eterna salmodia, inician al huuway en el canto secreto. En el segundo cielo viven chamanes de gran fuerza espiritual, sentados e inmóviles, en profunda meditación; sus maracas suenan solas. Ellos poseen una luz interior que todo lo ilumina: pasado, presente, futuro…, y están encargados de introducir al huuway en los secretos de la concentración, lo que permite ver a través del tiempo y del espacio. En el tercer cielo los chamanes tocan eternamente la maraca sagrada. Enseñan al huuway a recuperar la energía vital y a detectar sus fallas y mermas. En el cuarto cielo, quizás el más importante de todos los cielos intermedios, descansan las almas de los inmortales que subirán al octavo cielo supremo de Wanadi. Este cielo duplica la visión del mundo con sus montañas, sabanas, selvas y caminos, pero sin nubes, lluvias ni tormentas.
En este paraje se encuentra el lago de la inmortalidad; en sus aguas azules se detiene toda desintegración, se borra toda herida, toda enfermedad, toda inquietud. Allí viven los animales sagrados que ayudaron a Wanadi en tiempos primordiales: la tonina y el temblador. Una gran mariposa celeste vigila las orillas de este lago sagrado para que ningún intruso se sumerja en sus aguas. En las zonas aledañas crecen plantas celestes: el azul y el rojo, cuya potencia proporciona al chamán el poder de detener las fuerzas destructoras de la vida y de la luz interior, desde la cual observa la estructura interna de las cosas.
En el quinto cielo los chamanes tocan eternamente las maracas que guardan los cristales de cuarzo celestes o widiiki, símbolos de omnipotencia divina. En tiempos primordiales, Wanadi dispuso de estas piedras para crear a los hombres. El sexto cielo está habitado por tres pájaros celestes que poseen fuertes poderes curativos. Ellos bajan a la tierra para ayudar al huuway. Se les reconoce por su canto o-ho-ho-hoo, kuaa-ya-da-maa… y huoo-huo-huooo. En el séptimo cielo, antesala del lugar supremo, las almas de todos los antiguos chamanes velan por su pueblo. Cuando desde la tierra se observa una estrella fugaz, es que ha muerto en algún lugar del mundo un chamán y se está integrando a este séptimo cielo. En el octavo cielo reina Wanadi con su padre el sol. Allí, en eterno banquete, están los espíritus que alcanzaron la inmortalidad. La gran mayoría de estas almas son ye’kuana, pero también hay almas de otros pueblos de la tierra, los cuales evitaron, por sobre todas las cosas, el mal radical que es matar.
El mundo subterráneo26 está precedido por un espacio habitado por los mawari y su jefe Wiiyu. Son moradas secretas donde residen los progenitores de todas las especies de peces. Los mawari son serpientes de agua distintas de las anacondas. Ellas adornan su descomunal cuerpo negro con los colores del arco iris. En manadas majestuosas, serpientes cubiertas con plumas de guacamayas, tucanes y otras aves multicolores que forman un arco iris, se agrupan bajo las órdenes de Wiiyu, mawari supremo.
Cuando los ye’kuana observan el arco iris ven a Wiiyu secando sus plumas al sol. Por tal razón, hasta hace poco se escondían para no exponerse al signo fatídico del arco iris y su carga malévola: una suerte de mal de ojo que producía fiebres malignas. Los mawari son nefastos para este pueblo de navegantes: ellos son responsables de sus problemas, originan remolinos y olas gigantescas que hacen zozobrar las curiaras.
Bajo las aguas hay otras moradas secretas. Algunas se encuentran al pie de los grandes saltos. Wanadi marcó estos parajes con señales talladas en las lajas de los saltos que abundan en los ríos Erebato, Caura, Cunucunuma y Continamo27.
Las grutas, cuevas, abrigos y fragosidades de las rocas están habitadas por espíritus ambiguos, malévolos o propicios. Allí viven las almas de otros indígenas vencidos o suplantados por los ye’kuana cuando llegaron a su territorio. Estos espíritus hostiles chupan la sangre de los infortunados que se aventuran en sus dominios. El interior de los cerros y montañas está habitado por genios guardianes, pacíficos mientras no son molestados cuando se altera el equilibrio de la selva.
En el inframundo moran seres maléficos, odon’shankomo. En este mundo sin luz las almas viven pegadas a los muros y revolotean como murciélagos que se chupan la sangre o se devoran mutuamente. Esta morada secreta se comunica con el mundo terrestre por una larga galería subterránea, desde la cual pueden salir durante la noche.
El huuway conoce perfectamente cómo penetrar las puertas secretas que conducen al mundo subterráneo. Con su luz cegadora puede entrar y rescatar así un alma que le ha sido robada a algún ye’kuana enfermo.

NOTAS
1. Según Daniel de Barandiarán esta autodenominación significa “los de palo en el agua” (1961, p. 23). Otros autores les han dado el nombre de de’cuana, maiongkong o mayongong. Marshall Durbin y Haydée Seijas han encontrado más de 53 nombres diferentes para denominarlos.
2. Johannes Wilbert, 1966. p. 162.
3. Marc de Civrieux, 1970. p. 12.
4. Sobre actividades de subsistencia ye’kuana se consultó en Daniel de Barandiarán, 1962 (a)., pp. 1-29.
5. Sobre la vivienda ye’kuana y su simbología se consultó en Daniel de Barandiarán, 1966, pp. 3-95.
6. Daniel de Barandiarán, op. cit., p 23.
7. Ibid., p.18. También Marc de Civrieux menciona la existencia de esta ventana que se abre hacia abajo (1959, p. 123).
8. El homakari es descrito por Daniel de Barandiarán (1966, p. 15) y por Marc de Civrieux (1959, p. 123).
9. Sobre cultura material ye’kuana se recomienda consultar en Walter Roth, 1924. Theodor Koch-Grünberg, 1981, t. III; Marc de Civrieux, 1959 y 1970, y David M. Guss, 1990.
10. Según observa Civrieux, los dibujos en la cara constan de líneas rectas y quebradas en varias combinaciones o muy ligeramente arqueadas, y nunca usan líneas espirales como los goajiro, o cruces y puntos, como los arekuna. (1959, p. 136). Por su parte, David M. Guss señala cómo las pinturas corporales son para los ye’kuana uno de sus principales medios de defensa en contra de las fuerzas negativas de Odosha (1994, p. 83).
11. También llamado muajo o muwaaju, es un interesante ejemplo del uso y adaptación de un material no tradicional, como son las cuentas de vidrio de colores, para la fabricación del guayuco, que marca el paso entre infancia y adolescencia de las niñas ye’kuana.
12. Sobre cestería ye’kuana consultar en Marc de Civrieux 1959, Hames y Hames, 1976, Henry Corradini, 1982 y David M. Guss, 1994.
13. Henry Corradini, op. cit., p. 6.
14. Ibid., p. 6.
15. T. Seagall, y R. Lizarralde, 1988.
16. Daniel de Barandiarán observa cómo la falta de nuevos chamanes va siendo suplida por la experiencia y conocimiento de algunos hombres notables, un anciano curandero o un cacique prestigioso: 1962 (b), p. 73.
17. Daniel de Barandiarán, op. cit., p. 70.
18. Sobre chamanismo ye’kuana sugerimos la consulta de Daniel de Barandiarán, 1962 (b),. pp. 61-90.
19. Daniel de Barandiarán, Ibid., p. 76.
20. Ibid.,p. 77.
21. Ibid., p. 79.
22. Ibid. ,p. 88.
23. Ibid. ,pp. 80-81.
24. Ibid. ,pp. 84-85.
25. La estructura del cosmos ye’kuana fue descrita en detalle por Daniel de Barandiarán, Ibid., 1962 (b),. pp. 60-65.
26. Daniel de Barandiarán, Ibid., pp. 83-84.
27. Manera como explican la presencia de petroglifos y pinturas rupestres. Sobre cosmovisión y simbología ye’kuanas sugerimos consultar en Daniel de Barandiarán, 1962 (b), 1966, 1979, y David M. Guss, 1994.

1 comentario:

  1. Excelente reportaje mi querida amiga, soy yekwana. mi correo ventuari3@gmail.com

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