jueves, 28 de abril de 2011

Introducción al Orinoco y Amazonas Venezolanos


Foto: Edgardo González Nino


Viaje hacia lo desconocido

Una exploración del sur de Venezuela nos lo presenta como un inmenso accidente geológico: cerros boscosos y ondulados, floraciones de arenisca fuertemente erosionadas y rocas ígneas y metamórficas de singular belleza y dan forma y consistencia a un gigante que perpetúa las edades: el Escudo Guayanés, testigo de milenarias e infinitas remodelaciones del paisaje, configurado a lo largo de un desmesurado trayecto de tiempo, desde hace aproximadamente dos mil setecientos millones de años, guarda todavía la memoria del primer día de la creación del universo.
En la selva húmeda todo es crecimiento y descomposición: los ciclos de la vida se renuevan con los contrastes del clima. Durante la estación lluviosa los ríos se salen de su cauce provocando cambios en el hábitat. Los senderos que atraviesan la selva comunicando los poblados indígenas se hacen intransitables e inseguros. Son senderos llenos de mitos, magia y sortilegio.
No es de extrañar que, deslumbrados por el misterio y exuberancia de estas remotas regiones, Francisco de Orellana y fray Gaspar de Carvajal, descubridores del Amazonas, relataran, con una veracidad que apenas permite el asombro, su encuentro memorable con las mujeres guerreras que dieron nombre a un río, cuyo mito se compara con los del panteón griego.
Igualmente, sobre el Orinocu, Uriaparia, Uyapar o Baraguan, como lo llamaron los indígenas que poblaron las riberas del Orinoco, se tejieron nuevos mitos. El mismo Cristóbal Colón presintió su inagotable vastedad: “…jamás vi que tanta cantidad de agua dulce fuese así dentro de la salada… y creo que esta tierra sea grandísima…”.
Por entre el laberinto acuático, en un silencio apenas roto por los gritos de aves multicolores y el persistente chapotear de los canaletes contra el agua, a lo largo de un recorrido que supera los dos mil kilómetros, fueron avanzando los “nuevos” conquistadores del Orinoco: Vicente Yáñez Pinzón (1500), Diego de Ordaz (1531-1532), Antonio de Berrío (1584-1597), José de Iturriaga (1750), José Solano (1756), Francisco de Bobadilla (1759) y Apolinar Díez de la Fuente (1760), entre muchos otros, pues nueve mil años antes de nuestra era, antiguos y anónimos cazadores y recolectores, provenientes del noroeste de Sudamérica, ya se habían adentrado en las cuencas del Orinoco y del Amazonas para establecerse en ellas definitivamente.
Los pueblos prehispánicos que habitaron esta región nos legaron un extenso repertorio de objetos de trabajo: lascas, raederas, cuchillos y puntas de proyectil realizados en piedra, cuarzo y jaspe, además de un arte rupestre incomparable. En los últimos siglos antes de Cristo se asentaron definitivamente en el bajo Orinoco las primeras aldeas estables, que desarrollarían allí la agricultura y una alfarería de extraordinaria calidad.
Con la Compañía de Jesús se inicia la penetración religiosa del Orinoco y del Amazonas venezolano. Luego de su expulsión, en 1767, los capuchinos se encargaron de los pueblos de misiones. A los jesuitas les siguieron franciscanos, dominicos y agustinos, muchos de los cuales se ocuparon de abrir nuevas rutas, construir caminos, fundar pueblos, edificar iglesias, levantar mapas o escribir crónicas fecundas, como las de los padres Manuel Román y José Gumilla (1750), Caullín (1779) y Filippo Salvatore Gilij (1780-1784), gracias a las cuales fue posible documentar el modo de vida indígena, cuyo saber, acumulado durante miles de años, conformó un vasto ámbito de diversidad cultural y la temprana historia de esta región.
A la par con los misioneros, por entre las encabritadas aguas que chocan, saltan, rugen contra las piedras, avanzaron piratas y contrabandistas que asolaron las primeras ciudades construidas de las riberas del Orinoco, estableciendo allí un tráfico de esclavos indios que eran vendidos en las colonias neerlandesas.
El Orinoco fue, así mismo, ruta de los ejércitos libertadores durante las campañas que dieron la independencia a Venezuela. Como se lee en carta escrita por Bolívar a Páez el 30 de junio de 1819,
Sólo una constancia a toda prueba y la decisión de no desistir por nada de un plan que ha sido tan generalmente aplaudido, me hubiera hecho vencer unos caminos no sólo impracticables sino casi inaccesibles, sin transportes para reponer los del parque, sin víveres para la manutención de las tropas, y en una estación tan cruda que apenas hay día ni noche que no llueva.

Encuentro inevitable
Atraídos también por la inmensidad vegetal y la sobreabundancia de vida, los primeros naturalistas europeos que visitaron el Orinoco contribuyeron a ingresar en la historia de las ciencias naturales cientos de las más raras especies de flora y fauna, exclusivas de estos territorios.
Tal es el caso del botánico sueco Pehr Loefling, discípulo y colaborador de Linneo en la obra Fundamenta botánica, quien participó en la expedición de límites de Iturriaga en 1750.
En 1800, Alexander von Humboldt y el viajero francés Aimée Bonpland se internaron en el Orinoco desde la desembocadura del río Apure. A ellos se deben importantes descripciones geográficas y astronómicas que no sólo permitieron el levantamiento y corrección de mapas, como la “Carta itineraria del curso del Orinoco, Atabapo, Casiquiare y río Negro” (París 1814), sino que impulsaron la cartografía como disciplina geográfica. Además, son innumerables sus aportes a otras ciencias, como la botánica y la zoología. Su exploración del Casiquiare permitió verificar la existencia de un canal natural que une las dos grandes cuencas hidrográficas de América, la del Orinoco y la del Amazonas, a través del río Negro.
A Humboldt se debe el establecimiento definitivo del origen asiático del hombre americano y el inicio de una antropología que se apoya en criterios científicos. Sus estudios abrieron nuevas brechas de conocimiento en diversas disciplinas antropológicas, como la etnografía, la etnobotánica, la arqueología y la lingüística. Sus agudas descripciones de las formas culturales de pueblos indígenas como los guaiqueries, chaimas, waraos, yaruros, guamos, otomacos, sálibas, guahibos, atures o maipures, que forman parte de su obra Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, lo colocan como pionero de la antropología venezolana.
Entre los muchos exploradores y viajeros científicos que remontaron la cuenca del Orinoco y la región amazónica de Venezuela se encuentran: Agustín Codazzi, encargado de levantar la primera carta geográfica de Venezuela (1838); Francisco Michelena y Rojas exploró el Orinoco en 1858; Robert Schomburgk, explorador alemán proveniente de Friburgo, quien viajó del Roraima a la Piedra del Cocuy entre 1838 y 1839, y a quien se debe el levantamiento del primer mapa de la Guayana Británica. Su hermano Richard Schomburgk exploró Guayana entre 1840 y 1844 y publicó, entre otras obras, Viajes a la Guayana Inglesa.
El francés Eugène Thirion-Montauban viajó por el Orinoco, entre febrero y mayo de 1846, en donde recolectó materiales que fueron exhibidos en la Exposición Universal de París en 1867. Richard Spruce, notable botánico inglés, exploró la región amazónica y la cuenca del Orinoco (1853-1854) y realizó descripciones científicas de plantas propias de esta región. También son importantes las anotaciones de carácter antropológico, lingüístico y arqueológico que aparecen en su obra, recopilada por Alfred Wallace y publicada en Londres en 1908 con el título de Notas de un botánico en el Amazonas. A finales de 1880 Jules Nicholas Crevaux, médico y explorador francés muerto por los indios tobas entre Argentina y Paraguay, pasó por San Fernando de Atabapo, interesándose en el estudio de las aguas “negras” de este río. En febrero de 1883, C. P. Gachet recorrió una vasta red de concesiones mineras, como da cuenta su libro Excursión au pays de l’or, publicado en París al año siguiente. En 1885, el explorador francés Jean Chaffanjon realizó su primer viaje hasta al alto Caura; posteriormente, en 1886, por instrucciones del Ministerio de Instrucción Pública de Francia, emprendió una nueva travesía en compañía del pintor francés Auguste Morisot, en la que se propuso, sin éxito, llegar a las cabeceras del Orinoco. El extraordinario relato de esta exploración inspiró a Julio Verne para escribir la novela El soberbio Orinoco, publicada en París en 1898, en la que el autor va trazando en forma imaginaria el recorrido de Chaffanjon.
En 1887, el científico francés Albert Gaillard de Tiremois exploró cementerios indígenas de’aruwa y hiwi en el alto Orinoco. Por esta misma fecha, el Ministerio de Instrucción Publica de Francia envió a esta región al doctor Lucien Morisee, egresado de la Escuela de Medicina de París, quien realizó tres importantes misiones a lo largo del Orinoco y regiones fronterizas de Colombia y Brasil a fin de estudiar el potencial extractivo aurífero y cauchero de la región.
El científico alemán Theodor Koch-Grünberg recorrió la región del Orinoco en 1913, dando cuenta, en detalladas descripciones, de los resultados de su travesía por la Guayana brasileño-venezolana en su obra Del Roraima al Orinoco. A este autor le debemos también otros excelentes documentos sobre las lenguas indígenas de esta región.
En enero de 1920 el geógrafo norteamericano Alexander Hamilton Rice partió en un viaje exploratorio del curso del Orinoco hasta sus fuentes. En el raudal del Guaharibos un encuentro hostil con un grupo yanomami puso un inesperado fin a la expedición. Los exploradores interpretaron como una agresión el saludo de los indígenas, quienes llegaron preparados con arcos y flechas, y sintieron que no tenían más salida que retirarse disparando sus fusiles al aire. Después de ese incidente, durante mucho tiempo se consideró infranqueable esa región.

A comienzos de 1949, proveniente de Colombia, por el curso del río Vichada llegó al Orinoco la expedición Francesa de Alain Gheerbrant, quien realizó un recorrido por este río desde Puerto Ayacucho hasta la boca del Ventuari y de allí hasta la el alto Caura y Merevari, arribando a Brasil por el río Uraricuera en 1950. Esta expedición le permitió recabar una importante documentación etnográfica, como se aprecia en su obra La expedición Orinoco-Amazonas.
Pese a la gran actividad de viajeros y expedicionarios que remontaron el Orinoco prácticamente desde los primeros años del proceso de conquista y colonización de esta región, fue sólo a finales de 1950 que el gobierno venezolano decidió el establecimiento definitivo de las coordenadas geográficas de las fuentes del Orinoco. Esta misión fue encomendada al Ministerio de la Defensa y a la Dirección de Cartografía Nacional. El jefe de expedición, mayor Franz Rísquez Iribarren recibió la colaboración de un notable grupo de científicos, entre los que cabe destacar a José María Cruxent, Luis Carbonell, Pablo Anduze y Félix Cardona, además de un grupo de investigadores franceses, entre los cuales estuvieron Marc de Civrieux, René Lichy, Pierre Couret, Joseph Grelier y León Croizat.
La expedición franco-venezolana alcanzó su objetivo el 27 de noviembre de 1951, luego de múltiples tropiezos, como se lee en las obras publicadas por algunos de sus participantes; entre esos trabajos se destacan: Donde nace el Orinoco (Caracas, 1962), de Franz Rízquez Iribarren; Shailili-Ko (Caracas, 1960), de Pablo Anduze; Yaku, las fuentes del Orinoco (Caracas, 1979), de René Lichy; Aux sources de l´Orinoque” (París, 1954), de Joseph Grelier, a las cuales se suma una compilación del coronel Alberto Contramaestre Torres titulada La expedición franco-venezolana al alto Orinoco  (Caracas, 1954).
A la par, en una actividad constante desarrollada durante todo el siglo XX, prestigiosos investigadores nacionales y extranjeros de todos los campos de las ciencias naturales y sociales han estudiado las culturas originarias del Orinoco, como evidencia la extensa bibliografía que circula sobre la región. Entre estos investigadores podríamos destacar, por señalar sólo a unos pocos a Otto Zerries y Meinhard Schuster, Johannes Wilbert, Nelly Arvelo-Jiménez, Daniel Barandiarán, Ettore Biocca, Walter Coppens, Omar González Ñáñez, Joanna Overing y M.R. Kaplan. Entre los investigadores franceses destacan los nombres de Jacques Lizot, Marc de Civrieux y Marie-Claude Mattei-Muller. Sus obras y las de muchos otros etnólogos que han visitado esta región han sido la base bibliográfica para la realización de esta publicación.

Culturas del Orinoco, entre el pasado y el presente
Los años finales del siglo XX se caracterizaron por el deseo de comprender y apreciar las sociedades autóctonas. Este fenómeno no es aislado: forma parte de la nueva manera como el mundo contemporáneo se mira a sí mismo. En este cambio de paradigma ha jugado un papel muy importante el conocimiento de una dimensión insospechada del saber indígena, otrora calificado como pensamiento salvaje. Los viejos estereotipos del indio “primitivo” han cedido lugar a una nueva comprensión de estas gentes, para quienes el hecho de estar profundamente vinculadas con la naturaleza no las incapacita para construir sistemas abstractos de pensamiento que incluyen una dimensión filosófica de la existencia y una actitud pragmática no carente de espiritualidad.
Muchas son las polémicas en torno al papel jugado por los antiguos habitantes de las tierras bajas en el proceso cultural de esta parte del continente. Por lo pronto, sabemos que los pueblos de la Orinoquia y Amazonia venezolanas desarrollaron un modo de vida que debió adaptarse al hecho de no siempre contar con las tierras más fértiles, adecuándose al uso de los suelos interfluviales para el cultivo de la yuca amarga, raíz sumamente productiva y rica en carbohidratos, lo que hizo posible la estabilidad prolongada de aldeas que compensaron las carencias proteicas de la yuca con el desarrollo de una eficiente tecnología de caza con arcos, flechas y cerbatanas, y pesca con trampas y venenos.
El tiempo y el ingenio posibilitaron el desarrollo de una tecnología “sofisticada” para el procesamiento de la yuca amarga, y como consecuencia para la producción de cazabe y mañoco, cuyo fácil y prolongado almacenamiento, unido a un conocimiento avanzado de las técnicas de navegación fluvial, permitió la realización de largos viajes de intercambio y campañas bélicas que llevaron a estos indígenas a moverse en el medio severo que constituye su extenso territorio.
Aunque la invación europea en la región data de los siglos XVI y XVII, ésta fue considerada desde siempre como una zona periférica, lugar en extremo peligroso aunque inmensamente rico en recursos naturales. Oro, quina, caucho, fibras, maderas, pieles, aves y peces exóticos, hicieron de la selva una suerte de “tierra de nadie”, fuente natural y colectiva de recursos de extracción. Hasta hace relativamente poco tiempo, la convivencia equilibrada de los indígenas con su medio ambiente hizo que la comunidad científica internacional considerara —dada la prolongada devastación del delicado ecosistema de selva húmeda tropical que compromete el equilibrio ecológico mundial que los habitantes de la selva tenían mucho que enseñar al mundo moderno sobre el  manejo adecuado del ambiente, pues aunque su valoración sea considerablemente diferente de la de los ecólogos modernos, su criterio detallado toma en cuenta, entre muchas otras sutilezas, el olor de tierras y maderas, el espectacular colorido de las aves, las alas azules de enormes mariposas, el orín con el que los felinos marcan sus territorios, el recorrido de las hormigas o las diferencias de temperatura y transparencia de las aguas. Estas categorías forman parte de una “ciencia natural” que aplican con saber reservado a su medicina tradicional, al control biológico de las plagas y a muchos otros aspectos de la vida que les permiten esbozar las estrategias de sobrevivencia necesarias en ambientes en extremo difíciles.
Si bien en la actualidad muchos pueblos indígenas de la región del Orinoco y del Amazonas venezolano se han asimilado a la sociedad nacional, para otros el contacto con la población criolla ha resultado perjudicial en variable proporción, según el caso. Algunos han abandonado numerosos elementos de su herencia cultural, mientras que otros han sabido mantener ciertas formas de identidad, desarrollando estrategias y acomodos al sistema socioeconómico moderno que les permite participar en la economía de cambio, manejándose en relativos buenos términos con los criollos.
Esto es evidente entre aquellos grupos que poseen una fuerte identificación étnica, lo que les ha permitido incorporarse a un mundo multicultural conservando tradiciones, cosmología, mitología, conocimiento ecológico, ornamentos y objetos de poder. Tal es el caso de los ye’kuana, e’ñepa (panare), wakuenai (curripaco) o hiwi (guahibo), quienes a la par de producir los objetos de consumo tradicional, han desarrollado una artesanía de alta calidad destinada al mercado que les permite aumentar sus ingresos y adquirir una relativa independencia económica.
Lamentablemente, al convertirse sus objetos en artesanías, poco a poco se han ido separando del complejo sistema simbólico que determinaba normas de recolección, preparación de las materias primas, diseño, técnicas de fabricación y usos, que conectaban el pasado y el presente, pues en cada objeto se recapitulaba el tiempo de los ancestros.
El alto sentido estético de sus elementos decorativos, que en algunos casos todavía se conserva, se correspondía con las formas del discurso mitológico, representando diseños estilizados de una fauna sagrada de monos, ranas, anacondas y otros seres de los mitos de creación. Este substrato dotaba a cada artefacto, uso o costumbre de un origen sagrado, pues se sabía que la cultura había sido enseñada a los hombres desde tiempos primordiales por el Creador, llámese éste Wanadi, Iñapirrikuli o Nápiruli. Así, detrás de cada objeto se abría un abanico de símbolos que imbricaban todos los aspectos de la vida sagrada o profana.

 Es necesario ampliar la comprensión que se tienen sobre la diversidad étnica y cultural de la cuenca del Orinoco y de la región amazónica de Venezuela en un momento en el que las sociedades más vulnerables del planeta deberán enfrentar, además de los conflictos y disyuntivas relacionados con su propia identidad, todas las encrucijadas que depara el tiempo actual.